La casa de mis abuelos maternos en Ordal ha incorporado en su subterráneo un enorme párking, con un trasiego constante de gente que entra y sale. Me produce cierta tristeza e inquietud el ver nuestra antigua placidez familiar adulterada de este modo.
En otro momento estoy en el jardín, donde me entretengo imaginando que soy un enanito saltando entre matorrales junto a otros compañeros de mi mismo tamaño.
Luego paso cerca de mis parientes. Las mujeres de mi familia (mi madre, hermanas, tías) hablan coloquialmente, y algo jocosas, sobre mi carácter extremedamente reservado. "Bueno, pero hoy ha hablado un poco más", dice alguna.
Tomo a mis primas pequeñas, Clàudia y Laia, y me las llevo a algún lugar junto a mi hermana Cristina. Siento a Laia, la más pequeña, sobre mis hombros, pero temo que pueda chocar con algunos techos bajos.
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