sábado, 26 de junio de 2010

Poseídos con ojos en forma de equis; El caballo de ida y el burro de vuelta


Noche de muchos e intensos sueños, muy narrativos y cuajados de detalles.

1  vecinos poseídos. Me traslado con mis padres a vivir a Andalucía, en una pequeña ciudad de Almería, Jaén o Córdoba (en el sueño no tengo claro cuál de las provincias es). El nuevo piso es muy grande, y voy descubriendo nuevas estancias conforme vivo en él. Me gusta vivir allí, es como una aventura, una sugestiva novedad.

Sin embargo, pronto empiezan a a ocurrir cosas extrañas en la nueva morada. De vez en cuando, algunos individuos del vecindario contraen un extraño virus o posesión diabólica y las pupilas de sus ojos se deforman, hasta convertirse en grandes equis, negras y rasgadas. Recuerdo perfectamente la imagen, y la profunda desazón que me causaba. Convoco a mi familia para darles cuenta de estos sucesos y para exponerles seriamente que hay que buscar una solución. Tengo mucho miedo pero consigo controlarlo. El virus se va expandiendo y llega a nuestra casa, donde mi hermano Lluís -creo recordar- también se despierta un día con los ojos en forma de equis, aunque luego se recupera instantáneamente. Otro día, miro por la ventana y veo que celebran un funeral en la terraza de enfrente. Me asusto sobremanera, doy la alerta a mi familia, pero me aclaran que no tiene nada que ver con la cadena de contagios. (Estos días, en la vida real, estoy leyendo el 'Ensayo sobre la ceguera' de Saramago, donde se narra la expansión de un extraño virus que tapa la vista con un velo blanco).

2  caballo de ida y burro de vuelta.  En un ocasión me traslado al centro histórico de una ciudad próxima, quizá para hacer una visita turística, y he aquí que para volver a casa tengo que llamar un caballo, como si llamara un taxi. Es un placer cabalgar por entre las calles, me siento cómodo y dichoso tomando las riendas del fornido animal. 

Visito la ciudad tranquilamente pero las cosas se tuercen al volver. Al parecer, ya no quedan caballos de gran tamaño, de modo que debo conformarme con una especie de potrillo o burro. Resignado, me monto en el asno y, quizá para consolarme, me viene a la memoria la imagen de Jesús entrando en Jerusalén sobre un pollino. El caballo de la ida sabía perfectamente el camino, pero el burro de la vuelta es algo torpe y desorientado, y debo irlo guiando. A medio camino 'aparco' el animal y entro en un local donde están algunos de mis amigos, como Jose, Javi o Mireia. Después retomo la ruta.

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