martes, 8 de mayo de 2007

La estatua de la libertad y el estanque de patos (agosto 2004)

Subimos a la Estatua de la Libertad de Nueva York. Ha anochecido. El monumento es altísimo, como un rascacielos. En lo alto, en el interior de la cabeza de la libertadora, hay habitaciones donde se puede pasar la noche. Pero no hay barandillas ni muros, de modo que paso la velada con gran ansiedad, por el miedo a caer. Ni siquiera me atrevo a mirar el 'skyline' de la ciudad. Temo que si asomo la cabeza olvidaré los pies y perderé el equilibrio. Pasa la noche, amanece y bajamos de la Estatua. En una plaza hallamos un estanque repleto de patos de todos los tamaños, desde patos grandes hasta patos diminutos como insectos, invadiendo las aguas. Decido darme un baño y me lanzo al estanque. Al salir tengo el cuerpo lleno de patos minúsculos, que se aferran a mi piel con el pico, como pequeñas ventosas. Tras un largo esfuerzo consigo deshacerme de ellos.

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