Me acerco a un gran recinto, acordonado al aire libre. La vigilante de este espacio es la misma de la emisora COM Ràdio, donde trabajo actualmente. En el interior se realizan prácticas sospechosas. Decenas de cuerpos humanos, en un raro estado de letargo –medio vivos, medio muertos, inmóviles, pero con espasmos- son lanzados, uno tras otro, a un contenedor de basura. Lo observo por una rendija, como testigo furtivo.
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