Estoy en el jardín de mis abuelos, en Ordal. Me encuentro en una de las esquinas de la finca, tal como se entra, a la izquierda. Hago algún tipo de trabajo o juego en los márgenes, manipulando las plantas, la tierra y las macetas. De repente veo una cucaracha y la ahuyento con el chorro de agua de la manguera. Mi abuelo Eudald pasa por allí y me reprende por mi acción. Él quiere que mantenga el jardín en un determinado orden y estructura. Acto seguido pienso en el desierto, y lo difícil que sería mantener conscientemente su delicada orografía de surcos y dunas en la arena. Evoco la imagen del vasto paisaje desértico.
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