Viajo a la isla de Gran Canaria con mi hermana Anna. Las calas son agrestes, inhóspitas, y el agua brilla cristalina. De repente sube la marea y nos alcanza. Después las aguas se retiran. Más tarde vuelve a subir y cada vez inunda más trecho de tierra. Los bañistas deben apartarse o huir. Llegamos a una especie de chiringuito y el agua prácticamente anega las máquinas expendedoras de refrescos. Me doy cuenta que voy sin bañador. Solamente llevo unos calzoncillos azules. Me siento algo inseguro.
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