Sueño de tintes mágicos ambientado en La Mancha.
Llego al pueblo de mis abuelos paternos, La Torre de Juan Abad, donde hay una reunión familiar. Mis padres y hermanos han llegado antes que yo. También veo a mi abuelo materno Eudald, departiendo animadamente, con su particular sentido del humor y verborrea, con algunos de mis primos o tíos lejanos, en un balcón. La imagen me conmueve y me llena de gozo infantil: pienso que será un encuentro divertido en familia, con gente diversa y un saludable jolgorio. A la vez, me entristece pensar que, en la vida real, mi abuelo ha envejecido y está menos ágil y animoso. Más tarde hablo con mi abuela Cari, que me observa con una sonrisa seca y displicente; al rato recuerdo que ha muerto en la vida real, y que se trata del enésimo espejismo.
Al subir a la casa de nuestros parientes manchegos, una prima me halaga diciendo que soy "el que viste más moderno". Me sorprende que tienen una escala de madera entre dos pisos casi idéntica a la que tienen mis padres. Miro a través del amplio ventanal y aparece un paisaje bello y encendido: todo un campo de espigas y tierras rojas a nuestro alrededor, formando un círculo como si lo viésemos a través de la cámara de un dron. Parece toda La Mancha concentrada en aquel pequeño micromundo cerrado, una llanura de colores otoñales rodeada de bosques y rocas. A lo lejos se divisan pináculos borrosos, parecidos a la Sagrada Família.
Subo al coche con mis padres y nos adentramos en el bosque que se extiende al este del pueblo. Un bosque rocoso y montaraz, como los que rodean la zona soriana y burgalesa de la Laguna Negra y el Castroviejo. De repente veo un ave negra volando junto a la ventanilla del coche. Se trata de la cría de una especie rapaz, de pico rojo y amarillo y aspecto atrayente; una especie, por lo visto, autóctona de aquellos lares, que despierta la curiosidad y asombro de mis padres. Tras un golpe de viento, el joven aguilucho se mete dentro del coche, a través de la ventanilla entreabierta. El ave revolotea algo nervioso, ante mi fascinación.
Enseguida, sin embargo, nos damos cuenta que la madre está buscando a su cría y provoca una especie de ondas magnéticas para desestabilizar nuestro coche. El vehículo va haciendo eses e incluso notamos un olor repentino, un fuerte hedor provocado por la madre-ave como misterioso mecanismo de control para recuperar a su prole.
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