Hacemos una segunda celebración de Pascua en una iglesia a la que apenas solemos ir. Maria F. intenta convencerme para que participe activamente y me ofrece cantar unos "Cantos hispanos" que asocio vagamente a San Juan de la Cruz, al Romancero medieval y al arte mudéjar, una evocación que remueve en mí fibras íntimas. A pesar de ello, rechazo la invitación y decido pasar desapercibido, sentándome en uno de los asientos de atrás. Me siento invenciblemente triste, melancólico y derrotado.
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