Es de noche. Estoy en un balcón o terraza junto a Lluna, una compañera del trabajo que acaba de dejar la empresa para trasladarse a Estados Unidos. Me hace observar el cielo. Casi todas las estrellas han caído misteriosamente hasta los confines del horizonte: aparecen agrandadas, plateadas y con formas típicas de cuento infantil. Al parecer se han despeñado del cielo por algún raro fenómeno, como si fueran cometas o estrellas fugaces que quedan flotando en las partes bajas del cielo.
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