Voy dentro de un autobús, muy ajetreado con objetos y volcado quizá en lecturas o pensamientos diversos. Cuando llega mi parada, de regreso a casa, tengo todos los objetos dispersos y no llego a tiempo. El autobús sigue y me lleva a otro sitio.
Bajo y llego a un gran parque verde lleno de animales insólitos, entre ellos grandes serpientes blancuzcas, que parecen agazaparse para devorar a otros animalillos o incluso para morder a niños que menudean por allí.
Al principio me alarman las serpientes, y a la vez me fascina (como siempre en los sueños) contemplar que devore a algún otro animal. Después me voy dando cuenta que o bien están allí por algún motivo plausible o bien incluso son imaginaciones mías (en alguna ocasión, la supuesta imagen de la serpiente blanca resulta ser la cara de una niña pequeña, casi bebé).
Ese parque es la entrada a un curioso matadero, bastante concurrido y casi festivo, donde está entre otros mi abuela materna Mercè (en la vida real, ahora con Alzheimer), muy animosa y pendiente de todo lo que se hace allí.
En el matadero hay una enorme piscina donde van cayendo, como si fuera una cadena de montaje, distintos animales que van a ser sacrificados o que ya lo han sido. Mi abuela se alboroza porque llega cierto momento importante; habla de algo como "el perro gigante".
De repente, la piscina se llena de unos animales muy grandes y sin cabeza, sangrientos, que aún se mueven espasmódicamente. Parecen búfalos o algo parecido, por el aspecto y volumen. Con ellos, la piscina se llena de sangre y hace un formidable remolino, hasta que los sacan de allí para matarlos definitivamente y llevárselos a las carnicerías.
Entre los trabajadores hay gente joven, como un chico de mi ciudad, Sant Boi, que en vigilia no identifico pero que pertenece a círculos de 'El Cau' (agrupación escoltista). El ambiente es de bonhomía y casi como de celebración popular, como una especie de matanza del cerdo con mucha expectación.
La piscina queda vacía (también de gua) y me adentro en ella para espiar. Busco indicios de serpientes u otros animalejos. Veo que detrás de la piscina hay unas altas paredes que parecieran contener hileras de nichos, como un cementerio. En realidad son unos grandes almacenes, tipo El Corte Inglés.
Me voy, una vez la gente se ha dispersado, y aunque pensaba -ahora sí- regresar a casa, en la acera de enfrente me quedo prendado por las voces de un coro callejero que cantan 'See, the Conqu'ring Hero Comes!', el pegadizo coro del oratorio de Judas Macabeo, de Händel (en la vida real me encanta esta pieza y a menudo la escucho).
Me acerco mucho para verlos bien y canturrear con ellos, pero una furgoneta se interpone, parece que una mujer mayor la tenía aparcada e intenta salir de allí.