Muere Ona, la perra de mis abuelos Eudald y Mercè. Nos afecta tanto como si tratase de una persona. Mi madre es quien está más compungida. De noche, duerme en un colchón enorme desde donde se puede ver el cielo; no hay techo. Me llama y dice: “Aquella hilera de puntitos rojos es Ona, que vive en el cielo. ¿Ves como se mueve?”. Unos compañeros de mi escuela vienen a ver el cometa rojo, pero no creen que sea Ona. Sólo lo cree mi madre.
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