En el jardín de Ordal, el pueblo de mis abuelos maternos, se siente un alboroto latente. Los matorrales y los setos se agitan como si hubiera algo o alguien correteando por debajo. De pronto aparece un adolescente con pinta de matón, llevando un perro igualmente agresivo. El perro se lanza sobre los matorrales y he aquí que sale huyendo una familia de ocas: la madre y sus crías detrás. Puedo palpar la gran tensión de la escena, como si asistiera a una caza o a una inminente devoración.
Entonces el joven intrigante se dirige a mí y me amenaza con un arma que lanza llamaradas de fuego. Alarmado, bajo la cuesta del jardín y llamo a mis familiares, entre ellos mi abuelo Eudald, para que me ayuden con urgencia. El joven empieza a incendiar el jardín, pero, decidido y enérgico, agarro la manguera y consigo apagar todos los brotes de fuego.
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