Me dirijo a una entidad bancaria para hacer una gestión (retirar dinero o cancelar la cuenta, creo recordar). Se trata de un edificio muy alto y complejo, lleno de oficinistas hormigueando por doquier. Finalmente, pasando muchos trámites, me atiende una trabajadora de mediana edad, baja estatura y más bien oronda. Con media sonrisa sarcástica, me comunica que hablaré directamente con el subdirector de la entidad. Sin embargo, no hacemos más que subir ascensores y entrar en cuartos y cubículos cada vez más pequeños y claustrofóbicos.
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