En el horizonte de un paisaje verde y roqueño se divisa el pueblo de Horta de Sant Joan -que visité hace poco y cuyos alrededores se han incendiado estos días en la vida real-. Horta aparece como una hilera de casas pardas escalonadas. A ambos lados se otean también dos pueblos de vibrante silueta. A la izquierda, un enclave barroco, con una reja de entrada y una amplia avenida, que lleva a un obelisco dorado y una iglesia. Y a la derecha, un tercer pueblo con un una iglesia de soberbio campanario: robusto, poligonal y coronado con azulejos morados.
Voy visitando estos lugares acompañado de alguien que no recuerdo, y en el pueblo del obelisco nos encontramos fortuitamente con mi madre y mi abuela Mercè.
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