Después de les vacaciones, vuelvo con Laura a la Travessera de les Corts de Barcelona, la dirección de la emisora donde trabajo, COMRàdio, y entro en el Bar Harmonia, donde suelo comer con los compañeros del trabajo. De repente, veo que el pequeño bar se ha ampliado hasta convertirse en un lugar gigantesco, donde la misma barra está elevada a varios metros sobre el suelo, y con un constante jolgorio de luces y pasillos, como si fuera un centro comercial o una mega-discoteca. Hablo con la dueña, Tere, y me responde que están muy contentos por haber podido reformar el negocio.
Sigo andando por el gran local y me detengo en una copistería de autoservicio, donde debo hacer unas cuantas fotocopias. Me pongo en la cola y veo que todos los clientes deben coger una especie pulsera de colores -como quien coge número- antes de hacer las fotocopias. El propietario de la copistería nos explica las reglas con expresión irónica y se ausenta. Entonces el cliente que va detrás mío me urge para que me salte los protocolos y me cuele, si no queremos estar allí todo el día.
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