Estamos en penumbra. Subo unas escaleras acompañando de una mujer mayor, quizá mi abuela. Ella me prepara una serie de vestimentas y disfraces. Me miro a un espejo y descubro que me han ataviado como un torero, con el sombrero negro incluído; la imagen me suscita un espontáneo regocijo (aunque en la vida real no soy nada taurino). Más tarde, me encuentro en una zona montañosa de altibajos, plagada de ruinas extrañas (entre romanas e industriales). Voy muy rápido, casi volando, y me traslado a una pequeña gruta donde mana una fuente; me quedo un rato ahí, como aprovisionándome, y luego desciendo por una gran pendiente que va caracoleando hasta donde se supone que se halla la plaza de toros. Sin embargo, voy bajando y bajando, recorriendo curvas incesamente, y jamás llego.
sábado, 15 de enero de 2011
Disfrazado de torero, nunca llego a la plaza (14-15 enero 2011)
Estamos en penumbra. Subo unas escaleras acompañando de una mujer mayor, quizá mi abuela. Ella me prepara una serie de vestimentas y disfraces. Me miro a un espejo y descubro que me han ataviado como un torero, con el sombrero negro incluído; la imagen me suscita un espontáneo regocijo (aunque en la vida real no soy nada taurino). Más tarde, me encuentro en una zona montañosa de altibajos, plagada de ruinas extrañas (entre romanas e industriales). Voy muy rápido, casi volando, y me traslado a una pequeña gruta donde mana una fuente; me quedo un rato ahí, como aprovisionándome, y luego desciendo por una gran pendiente que va caracoleando hasta donde se supone que se halla la plaza de toros. Sin embargo, voy bajando y bajando, recorriendo curvas incesamente, y jamás llego.
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