Estoy en
una especie de aeropuerto o gran estación ferroviaria, de amplios muros
acristalados y con mucho ajetreo y personal de seguridad. Al parecer, me he
introducido en una peculiar versión de la película ‘Alien’, donde la criatura
merodea, agazapada entre el gentío y con un aspecto similar al maestro Yoda de ‘Star
Wars’, aunque de aire terrorífico (dentro del sueño, el ‘Alien’ auténtico, el de
la nave espacial y la teniente Ripley, no es más que una segunda entrega). Soy,
pues, el protagonista accidental de la película, junto a una compañera de
identidad borrosa, con quien emprendo la huída para escapar del monstruo, que
puede aparecer en cualquier momento. De repente lo veo en la lejanía: distingo
su figura menuda y bípeda, su cabeza grande y pelada y sus orejas puntiagudas,
acechando a un grupo de humanos desprevenidos. Salimos corriendo en medio de
una tremenda tensión. Todo ello está relacionado con un trabajo que debemos
hacer: hemos entrado personalmente en el relato para después tomar conclusiones
y realizar un estudio.
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