sábado, 9 de diciembre de 2017

Pellejo de niño que llora (principios diciembre 2017)

Voy por la calle. Estoy de viaje en algún lugar lejano. Aparece Glòria T., compañera del trabajo, algo ajetreada. Me pregunta qué tipo de bebida necesita mi abuelo paterno Cristino, como si estuviera al cargo de él y fuera a ir de compras. 

Me fijo en ella. Empuja un carrito con un recién nacido. Al parecer, acaba de parir, pero nadie lo diría. La criatura aún llora, como si tuviera minutos o segundos de vida. Decidida, Glòria le arranca una especie de pellejo que le cubría todo el cuerpo, como si fuera la costra o malla que le protegía en el útero (en el sueño lo considero un proceso totalmente natural).

La madre extrae pues la segunda piel de la criatura, la deja colgada en la barra del carrito y he aquí que el pellejo, como si aún conservara la vida incipiente y palpitante del niño, o como si se tratara de algún miembro amputado, aún sigue llorando y agitándose durante unos momentos. Me sorprende la brusquedad de la madre frente a la fragilidad del cuasi embrión.

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