Alguien me advierte que tengo un agujero en mi muñeca derecha. Observo mi brazo y, en efecto, algo más abajo de la muñeca hay un entero boquete, parecido a un estigma, como si me hubieran atravesado con un clavo o una pequeña lanza. Lo afronto con naturalidad, como si se tratase de un rasguño.
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