Estamos en Ordal, el pueblo de mis abuelos maternos. Paseando por el bosque, alrededor de la finca, encuentro dos misteriosos teléfonos móbiles dentro de un pequeño hoyo o madriguera. Me da miedo que puedan ser bombas o artefactos explosivos. Los llevo a mi hermano Lluís, que está jugando a baloncesto. Me responde que es su teléfono: lo ha dejado allí para evitar que sus amigos de Sant Boi le molesten con llamadas constantes.
Aún en Ordal, vemos paisajes helados: un pequeño estanque escarchado y los árboles brillantes, ribetados de hielo.
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