Estoy de viaje por varias ciudades, junto a Laura y mis amigos. Visitamos una urbe mediana, con una iglesia que luce un esbelto campanario de piedra. Me acerco y veo que la iglesia está superpuesta a otra, más grande. Subimos a un lugar elevado para obtener vistas y contemplamos a nuestros pies una cuadrícula de campos de colores junto al trazado urbano. El cielo está nuboso. Por alguna razón, doy por hecho que nos encontramos en Gijón, pero luego me aclaran que se trata de Reus.
Ya atardece cuando bajamos por una calle con escalones descendentes. Mirando al final, se divisa el Pabellón Puente de Zaha Hadid de Zaragoza, cuya foto y descripción he visto hace poco en un libro sobre arquitectura ('Arquitectura milagrosa' de Llàtzer Moix). Observo atentamente la imagen lejana del puente, que me fascina por sus formas orgánicas y modernas, a la vez que me parece extraña y excesiva.
Al bajar llego a una zona comercial y me cruzo con una mujer, con aspecto de cajera o trabajadora de estación de servicio, que lleva en su polo verde de uniforme un emblema con el nombre de "Orvieto", la ciudad del norte de Italia.
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